23 abril 2020

Sant Jordi distópico

Amábamos las terrazas y la calle y mentiría si dijera que no lo sabíamos. Claro que lo sabíamos, y por eso lo defendíamos en cuanto teníamos oportunidad, porque si algo nos diferenciaba y nos hermanaba era esa manera de entender la vida en comunidad, la vida en la calle. Tal vez fuera por el clima o por la alteración de la sangre propia de estas fechas pero desde el primer paso en la primera calle por Sant Jordi hasta el último abrazo en la feria del Retiro con su “hasta el año que viene” siempre pasaba todo lo mejor del año. Los que nos dedicamos a hacer libros y mantenemos un espíritu gamberro estamos hoy muy apagados. Somos adictos a los saludos, a los abrazos, a conversar con los autores, y a hacer muchas de esas cosas que hoy están proscritas. Tocar libros, olerlos, “sfogliarli” como se dice en italiano para pasar páginas al azar, volverlos a dejar en su sitio y coger otros, repetir el proceso, así mil veces en una liturgia que a los libreros exaspera, estoy seguro de ello. Hace mucho que no veo a mis libreros de cabecera, bueno, hace mucho que no veo a nadie. El año pasado llegamos a Barcelona a media mañana, soy gamberro pero también soy un poco vago y no me gusta madrugar para coger un AVE, y eso que vivo en Delicias. Llegamos a Sants y cogimos un taxi un poco al azar, el año pasado acompañaba a David Jiménez. El Director era su libro y estaba funcionando como un tiro, pero no teníamos ni la menor idea de cómo podía ir ese día. ¿Firmaría mucho? ¿le conocería la gente? ¿los lectores? Yo le iba preparando para la hecatombe, es algo que me gusta hacer. Le digo a los autores que todo va a salir mal, si sale bien alegría y si sale mal pues ya te lo dije. La vida es dolor, ya lo decía Schopenhauer hace doscientos cincuenta años. Ese día salió bien. Tocó alegría. La rambla Catalunya ya estaba llena cuando llegamos, pero no sabía todavía que eso era un “llena” que podía empeorar hasta convertirse en realmente llena. Llena a niveles de quedarme en medio de la calle, parado y ser arrastrado por una marea humana. David no paraba de saludar a gente, de firmar libros, La Central, Alibri, todos encantados. Yo mismo incrédulo, saludando a caras conocidas, repartiendo abrazos a caras no solo conocidas sino también queridas. Esquivando caras que no quería cruzarme, que uno también tiene sus fobias. En esto me encontré de frente a Ramón Lobo, como un ser de luz, con el pelo blanco iluminado y los mofletes sonrosados, creo recordar que vestía un polo azul, pero mi memoria es más vaga que yo. Nos abrazamos. Me dijo lo primero que el financiero de una editorial espera escuchar en un día de Sant Jordi en Barcelona, “recibí la transferencia, sois los más puntuales de todos”. Otro abrazo, claro que sí joder. En este sector, no sé si lo sabéis, pero no todo el mundo paga, en otros tampoco, ya lo sé. Tras la efusividad con Ramón me encontré con Nacho Carretero, que estaba en plena promo de su libro sobre Pablo Ibar. Otro gran abrazo, de los de Nacho, que son como los míos, largos. Él no me dijo nada de la transferencia, bien sabíamos los dos que la había recibido, pero sí que me dijo algo que el financiero de una editorial espera escuchar en un día de Sant Jordi en Barcelona “estoy firmando mogollón de Fariña”, a lo mejor no fue así, pero esto es un blog, no es una crónica. Estaba feliz. Inmensamente feliz. El día era radiante, cielo azul, temperatura suave y ese punto de humedad que cuando llegas de la meseta te huele a mar y a verano. El tercer gran abrazo se lo di a Blanca Establés, le tengo mucho cariño desde que nos conocimos ya no sé ni cómo ni cuándo. Ahora estaba haciendo lo mismo que yo pero para su editorial, que es más seria y esto lo lleva organizando meses, con una agenda y mucho movimiento. Nosotros la verdad es que teníamos cinco firmas en cinco sitios, algo por lo que fui calificado en ese momento de “¡¡suertudo!!”. El día fue pasando con ese estado casi de éxtasis, propio de una fiesta de final de curso, de un baile el último día del campamento. La tarde era más tranquila en la zona de Diagonal, más amplitud, menos gente, pero en +Bernat David se volvió a dar un baño de masas, sin las apreturas de la rambla Catalunya había más espacio para la conversación. A las ocho nos separamos. La jornada “oficial” había terminado y él tenía una cita para cenar con amigos suyos. Yo no había planificado nada porque no sabía qué íbamos a hacer, así que tocó improvisar. Llamé a Marta de la revista 5W que es de Madrid y siempre que voy a Barcelona hago por verla aunque raramente lo consigo. Esa vez tampoco lo conseguí. Ellos estaban desmontando su mesa. Les había ido muy bien. Acabé llamando a Clara Asín, al fin y al cabo me quedaba a dormir en su casa, que es mi piso franco en esa ciudad. Estaba con amigos suyos y allí que me fui. Todo esto lo cuento porque hoy estoy en casa, sin saber qué lugar común decir sobre el día del libro. Y justo el año pasado tras tomar unas cañas en una terraza nos fuimos a la sala Apolo, en la primera fiesta por el derecho a la vivienda en la que actuaba Maria Arnal a la que en ese minuto todavía no conocía y a la que escucharía cientos de veces durante el año siguiente. Mucha gente nueva, y muchas ganas de celebrar lo que fuera. Terminamos en la azotea de un edificio de la calle Blai, bebiendo litronas, hablando de política, claro, y de libros hasta bien entrada la madrugada. Del AVE de vuelta a Madrid solo recuerdo que me dormí antes de arrancar y me desperté llegando a Atocha. Y sí todo esto me viene a la cabeza en el día de Sant Jordi del año siguiente, confinado en casa, sin saber qué puñetero tuit poner, qué puto libro recomendar, qué decirle a los libreros o a los periodistas que me han preguntado estos días. Me apetece viajar justo a la primavera pasada. Volver a sentir esos abrazos, esa luz, esa energía. ¿Qué libro recomiendo? Cualquiera. Para viajar con la imaginación, toma topicazo. Para salir de este confinamiento físico y volar. Nada me saca de los tópicos. Estoy desatado. Pero creo que lo ha resumido mejor mis socio esta mañana en twitter:  
Porque leer es maravilloso, qué os vamos a contar, pero a veces cuesta mucho leer y no pasa nada. Come, bebe, ríete, folla. Eso también es formidable.
También podéis no hacer nada, tumbaros en el sofá, mirar al techo (mirar al techo está infravalorado) y esperar a que vuelva abrir tu librería favorita y darte un homenaje voluptuoso. O rebuscar en tus estanterías y leer ese tocho que nunca leíste. Puede ser un buen momento. O no.