09 octubre 2007

Homo homini lupus
Sentado, frente al escritorio de mi habitación de hotel, escuchaba canciones de Leonard Cohen mientras afuera, en la calle, la ciudad hervía de alegría y felicidad. Yo me daba una pausa y alimentaba cierta desesperanza en la condición humana. Me sucedía a menudo después de una mala noticia, o de una discusión política, solía terminar por pensar en el lado más oscuro del ser humano, en su infinita capacidad para hacer daño, para destruirse a sí mismo, a su dignidad. Leía esa mañana en el periódico el retrato macabro de un hombre asesinado, clavado a una mesa con la cabeza decapitada de su hija al lado, y ésta con las cuencas de los ojos vacías, y los ojos metidos en un vaso de agua rematando un cuadro terrible. La escena era de Vukobar en Croacia y yo llegué muy triste a trabajar, imaginando a esa niña y su dolor. Pero también intenté imaginar dónde estaría ahora el verdugo, si sería un oficinista o un fontanero acomodado de alguna provincia serbia viviendo ajeno a su pasado.
Se había firmado en Madrid la ley sobre la memoria histórica, y era sorprendente que aún levantara ampollas semejante ley, con la mayoría de víctimas y verdugos ya muertos. Una ley casi sin contenido, simplemente un gesto más que otra cosa, pero aquí el fascismo había ganado la guerra, aquí el fascismo había gobernado con el silencio cómplice de la Europa occidental, enfrascada en su propia guerra fría. Aquí los políticos del régimen se habían puesto la chaqueta de la democracia después de votar en contra de la constitución y se habían mantenido en sus escaños del congreso y, sobre todo, en sus consejos de administración. Aquí ninguna revolución había triunfado jamás y la libertad había llegado más por concesión administrativa que por conquista popular.
Y los pensamientos fluían ajenos a ningún hilo argumental y vagaban de la niña a los fusilamientos del 3 de mayo, iban y venían entre la maldad y la esperanza, de Irak al World trade center, y de nuevo a Birmania y Darfur y a Tinduff y la ausencia de moral de la política, o mejor dicho, de la clase política. Para rematar mi día ETA había puesto una bomba para intentar matar a alguien. No lo había logrado.
Hay días en los que uno pierde la fe en las personas.

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