06 septiembre 2010

With no connection

Me gusta correr cuesta abajo. A veces hay sensación de vértigo, como si pudieras perder del control y trastabillarte, resbalar, ir al suelo. Si se coge mucha velocidad puede llegar a dar miedo, justo lo contrario que en los sueños cuando no logras despegar los pies del suelo, te quedas clavado mientras te alcanza, casi siempre, una amenaza. Correr cuesta abajo es como cuando un avión emboca la pista y los motores comienzan a rugir a plena potencia. Es justo eso, un despegue. Como lanzarse contra algo y un poco falta abrir los brazos y empezar a volar, se echa de menos no poder hacerlo. Aunque con la imaginación es fácil echarse a volar, te imaginas el viento de cara y el asfalto haciéndose pequeño. Te imaginas el mundo a tus pies y tú ahí arriba, eligiendo un rumbo arbitrario, ascendiendo a velocidad de infarto, deshaciéndote bajo las lágrimas que te cubren. Arriba, más arriba, siempre en lo alto, saltando a cámara lenta en un concierto de verano. Noche, sudor, y agua que cae no sabes muy bien de dónde, sabor a sal. Emoción. Sentir la emoción de un momento irrepetible e intentar capturarlo para recrearlo siempre que quieras. Y volver al aire, al que perteneces, sobrevolando acantilados rocosos, mares embravecidos, campos de trigo de junio. Elegir unos ojos verdes en los que aterrizar y caer a plomo o como una hoja seca, traspasar o deslizarse.

Sentirte en medio de un sueño digital.

Un sueño de ceros y unos, y caleidoscopios de colores, sucesiones infinitas como series de Fourier, un poco como el tiempo y el mundo, tiempo y más tiempo, para configurar ecuaciones econométricas que logren establecer relaciones imposibles entre causas probables y efectos utópicos. Un sueño digital, un vuelo soñado… y siempre unos ojos verdes.

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1 Comments:

At 8 de septiembre de 2010, 12:50, Anonymous Anónimo said...

MATRIX¿?

 

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