29 julio 2007

A2
Otros 325 kilómetros y ya estoy de nuevo en Zaragoza, tras un espléndido día de piscina y sin resaca. Me siento bastante bien últimamente y como eso es casi noticia me apetecía escribirlo con todas sus letras, los viajes de Madrid a Zaragoza me están sentando como un bálsamo, un periodo de soledad en los que la sucesión de pasiajes y curvas me reconcilia conmigo mismo. El de hoy ha sido un viaje tranquilo, no muy rápido, sereno, introspectivo y bastante alegre. No es lo mismo llegar a una ciudad enfadado, o triste, o melancólico que llegar lleno de esperanza, ilusionado y con ese picor en la tripa que da la proximidad de las vacaciones. Es mi última semana aquí, hasta septiembre por lo menos. El viernes maleta y a casa, al menos durante un mes seguido sin volver a poner el despertador. Sólo eso contribuye decisivamente a que el viaje cueste menos, a la recepcionista se le sonría con más alegría y al cruzar el paseo Independencia se sienta uno ligero como una hoja seca al viento.
Esta semana tienen que pasar cosas y tengo que contarlas.

Etiquetas: