26 julio 2007

Giulia

El verano corria por las venas de Giulia y brillaba a través de sus ojos, su mirada casi infinita, de niña buena, escondía los secretos por los que tantas veces naufragaron en la mitología los héroes de la antigüedad. Ella iba allá donde el corazón la llevara, como el libro de la Tamaro, a la que odiaba y admiraba a la vez. Hacía listas llenas de propósitos, con lápices de colores llenaba la puerta de su dormitorio de listas, lo que debía hacer, lo que no debía hacer, listas de colores, a veces torcidas, casi siempre sinceras, casi nunca cumplidas. Giulia mordía con ferocidad por las noches y se dejaba acariciar los pies por las olas en las mañanas de resaca. Era tempestad y quietud, irritación y serenidad. Estás demasiado lejos de aquí, y yo estoy demasiado lejos de entonces, aunque tú siempre te refugiaste en las películas, incluso en aquella que te dijo que el que no vive el momento no vive nunca ¿qué haces tú? te dijo y tú te quedaste petrificada, sin saber responder. Quería volar hacia ti. Morderte los labios y saborearlos lentamente, licuarte poco a poco como a una naranja mediterránea y derramarte por tus comisuras para volver a comerte poco a poco, palmo a palmo, porque como decía la canción eras un instante sin final, sin ayer y sin mañana...

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