CALLAO
- Alicia, despierta, vas a llegar tarde, ya es la segunda vez que suena el despertador… ¡venga! ¡no seas perezosa!
Voy a preparar un café.
A Alicia no le gusta la energía con la que se despierta Jaime cada mañana pero se resigna y abandona el estado de semi-inconsciencia en el que se encuentra, enciende la luz con torpeza y sube la persiana secamente. Fuera llueve hoy también, piensa Alicia en la carrera hasta ganar la boca del metro y en el olor de la gente apretada en el vagón.
- Buenos días cariño, ¿quieres café? Hace un día de perros joder y hoy me toca pasarme todo el puto día en la calle visitando clientes.
A Alicia hace tiempo que dejó de importarle lo que dice Jaime, duermen juntos, cenan juntos, ven la tele juntos, a veces incluso follan juntos pero ella sabe que está sola, hace mucho que dejó de amar a Jaime, casi tanto como años llevan compartiendo esa casa.
- ¿Qué te pasa? Estás muy callada esta mañana ¿estás preocupada?
Alicia sí está preocupada, y no está muy callada, lo que pasa es que nunca le gustó hablar por las mañanas y eso parece que Jaime no lo ha aprendido nunca. Le gusta el silencio de la mañana roto por el crepitar de las gotas contra el cristal de la ventana y por el silbido de la cafetera, no quiere saber nada de visitas a clientes, tan solo quiere volver a ser un ovillo calentito bajo el edredón, volver al vientre materno y sentir la paz.
- No sé chica, te noto muy rara, bueno, yo me voy yendo que llego tarde. Esta tarde te espero para comer a las dos y media en el Candil ya reservo yo desde la oficina no te preocupes. Tenemos que hablar.
Alicia se queda pensando en qué tendrá que decirle, nunca comen juntos, se desnuda despacio y enciende el grifo del agua caliente que sale enseguida pues Jaime acaba de usar la ducha.
Intenta recordar qué le une a Jaime y a esa vida y no encuentra respuesta mientras se revienta un grano con furia frente al espejo.
Tenemos que hablar se repite.
Claro que tienen que hablar lleva ya seis semanas de retraso maldita sea.
Alicia llega a su oficina en Callao y mira hacia la Gran Vía que sigue tan ruidosa, sucia y atascada como de costumbre, maldice a su jefe entre dientes y se reprocha haber dejado su pueblo en Valladolid hace cinco años.
Entonces le vibra el móvil en el bolso, lo saca y comprueba en la pantalla que se trata de Luís, duda, piensa en las seis semanas de retraso, piensa en Jaime, bip-bip, Luís insiste obstinado al otro lado del teléfono. Tras varios tonos se decide a contestar.
- ¿Ali? Hola cariño, sí, estoy bien, mira creo que debemos hablar de eso, no, no, pero creo que sería mejor que nos viéramos.
Alicia mira el reloj, el tiempo no pasa, luego mira su ordenador y la montaña de facturas pendiente de picar, se siente muy cansada y algo parecido a una sensación de vértigo se apodera de ella, seis semanas, doscientas facturas, dos cafés, dos citas, diez y media de la mañana. Alicia empieza a sentirse mareada y todo le da vueltas en la cabeza cuando empieza a revisar las conciliaciones alrededor de las dos de la tarde.
De momento no siente náuseas ni tiene vómitos. Alicia no es hipocondríaca, es sólo un retraso de unas semanas, pero se encuentra mareada y muy débil cuando cruza la puerta del restaurante y ve a Jaime sentado en una mesa junto a la ventana. Está serio y tiene los zapatos llenos de barro.
- Te veo muy pálida ¿estás bien?
Llevas un día muy rarita.
Alicia desea que aquello termine cuanto antes, no tiene apetito, ni ganas de ver a Jaime, sólo piensa en el calor del amanecer acariciando su piel bajo el edredón, el calor, su piel, el calor, los ojos de Jaime se nublan, todo se nubla, calor, calor, calor… se sumerge en un mundo de éter. Paz.
Cuando despierta, Alicia siente un dolor muy agudo en el vientre, está aturdida y no reconoce la habitación.
La enfermera le informa concisa y brevemente de su aborto, junto a ella dos hombres tristes permanecen inmóviles muy quietos al pié de la cama, mirándola.
(Pamplona - Noviembre 2005)
- Alicia, despierta, vas a llegar tarde, ya es la segunda vez que suena el despertador… ¡venga! ¡no seas perezosa!
Voy a preparar un café.
A Alicia no le gusta la energía con la que se despierta Jaime cada mañana pero se resigna y abandona el estado de semi-inconsciencia en el que se encuentra, enciende la luz con torpeza y sube la persiana secamente. Fuera llueve hoy también, piensa Alicia en la carrera hasta ganar la boca del metro y en el olor de la gente apretada en el vagón.
- Buenos días cariño, ¿quieres café? Hace un día de perros joder y hoy me toca pasarme todo el puto día en la calle visitando clientes.
A Alicia hace tiempo que dejó de importarle lo que dice Jaime, duermen juntos, cenan juntos, ven la tele juntos, a veces incluso follan juntos pero ella sabe que está sola, hace mucho que dejó de amar a Jaime, casi tanto como años llevan compartiendo esa casa.
- ¿Qué te pasa? Estás muy callada esta mañana ¿estás preocupada?
Alicia sí está preocupada, y no está muy callada, lo que pasa es que nunca le gustó hablar por las mañanas y eso parece que Jaime no lo ha aprendido nunca. Le gusta el silencio de la mañana roto por el crepitar de las gotas contra el cristal de la ventana y por el silbido de la cafetera, no quiere saber nada de visitas a clientes, tan solo quiere volver a ser un ovillo calentito bajo el edredón, volver al vientre materno y sentir la paz.
- No sé chica, te noto muy rara, bueno, yo me voy yendo que llego tarde. Esta tarde te espero para comer a las dos y media en el Candil ya reservo yo desde la oficina no te preocupes. Tenemos que hablar.
Alicia se queda pensando en qué tendrá que decirle, nunca comen juntos, se desnuda despacio y enciende el grifo del agua caliente que sale enseguida pues Jaime acaba de usar la ducha.
Intenta recordar qué le une a Jaime y a esa vida y no encuentra respuesta mientras se revienta un grano con furia frente al espejo.
Tenemos que hablar se repite.
Claro que tienen que hablar lleva ya seis semanas de retraso maldita sea.
Alicia llega a su oficina en Callao y mira hacia la Gran Vía que sigue tan ruidosa, sucia y atascada como de costumbre, maldice a su jefe entre dientes y se reprocha haber dejado su pueblo en Valladolid hace cinco años.
Entonces le vibra el móvil en el bolso, lo saca y comprueba en la pantalla que se trata de Luís, duda, piensa en las seis semanas de retraso, piensa en Jaime, bip-bip, Luís insiste obstinado al otro lado del teléfono. Tras varios tonos se decide a contestar.
- ¿Ali? Hola cariño, sí, estoy bien, mira creo que debemos hablar de eso, no, no, pero creo que sería mejor que nos viéramos.
Alicia mira el reloj, el tiempo no pasa, luego mira su ordenador y la montaña de facturas pendiente de picar, se siente muy cansada y algo parecido a una sensación de vértigo se apodera de ella, seis semanas, doscientas facturas, dos cafés, dos citas, diez y media de la mañana. Alicia empieza a sentirse mareada y todo le da vueltas en la cabeza cuando empieza a revisar las conciliaciones alrededor de las dos de la tarde.
De momento no siente náuseas ni tiene vómitos. Alicia no es hipocondríaca, es sólo un retraso de unas semanas, pero se encuentra mareada y muy débil cuando cruza la puerta del restaurante y ve a Jaime sentado en una mesa junto a la ventana. Está serio y tiene los zapatos llenos de barro.
- Te veo muy pálida ¿estás bien?
Llevas un día muy rarita.
Alicia desea que aquello termine cuanto antes, no tiene apetito, ni ganas de ver a Jaime, sólo piensa en el calor del amanecer acariciando su piel bajo el edredón, el calor, su piel, el calor, los ojos de Jaime se nublan, todo se nubla, calor, calor, calor… se sumerge en un mundo de éter. Paz.
Cuando despierta, Alicia siente un dolor muy agudo en el vientre, está aturdida y no reconoce la habitación.
La enfermera le informa concisa y brevemente de su aborto, junto a ella dos hombres tristes permanecen inmóviles muy quietos al pié de la cama, mirándola.
(Pamplona - Noviembre 2005)
Etiquetas: Cuentos
1 Comments:
Jo, que triste...
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