No es que me haya propuesto vivir de la mierda, pero me he releído esta carta que escribí hace exactamente dos años y me ha apetecido colgarla. El tiempo pasa, pero descubres que sigues enganchado al mismo clavo.
"Hola buenas, esto ha empezado como un email pero creo que enseguida me he dado cuenta de que tenía que acabar siendo una carta. Es mucho más bonito recibir cartas, cuando llegan, claro. Espero que cuando te llegue esta ya hayas recibido la que te escribí desde París, de verdad que me está sentando fatal que no te llegue, aunque por otro lado sienta cierto alivio de que así sea. Es un sentimiento contradictorio. Recibir una carta es en cierto sentido como contemplar las estrellas en el cielo, vivimos como presente algo que ya es pasado. ¿Has pensado alguna vez seriamente que cuando miras una estrella la luz que recibes tiene millones de años? Es una locura, esa estrella puede ser polvo cósmico ahora mismo y tú ves como era antes de que los dinosaurios se extinguieran. Tú lees, ahora mismo estás leyendo, pero faltan varios días para que eso pase, o mejor dicho mientras lees esto hace varios días que ha pasado todo lo que pongo. Curioso, ¿no? Yo me he quedado un poco pensando en eso que has decidido poner como tema de tu columna, sobre que ya no pensamos, que nos lo dan todo hecho. Vivimos una edad difícil, quizás tú todavía estés un poco a salvo, quizás ya hayas tomado plena conciencia y estés como yo un poco hecha polvo por la vida que tienes que elegir. Yo nunca he sido buen estudiante, he tenido tendencia al desorden y a la vagancia, me he dejado llevar por noches de marcha en plenos exámenes y por los descansos en la biblioteca que duraban más que el tiempo de estudio. Empezaba a estudiar, leyendo un poco por encima las primeras líneas y casi sin tiempo para darme cuenta ya me había perdido en fantasías absurdas, con la cabeza en otro sitio, pensando en el verano, en la chica de enfrente o en la de tres filas más adelante. Cuando de repente retomaba la concentración estaba tres páginas más allá. Algo absurdo. Había sido capaz de leer tres páginas sin prestar ninguna atención, mientras pensaba en lo guapa que era la chica de enfrente. Por supuesto no recordaba una sola línea. El examen no lo solía aprobar, a la chica de enfrente no solía dirigirle nunca la palabra y huía de su mirada como un gato del fuego. A fuerza de presentarme acababa sabiéndome las asignaturas y así me fui quitando la carrera de encima, sin vocación, sin convicción, sin pasión, sin debate, sin ganas… simplemente porque había que acabarla para poder encontrar un trabajo. Yo ya estaba en ese círculo (o más bien burbuja) de los que creen que sin carrera no hay trabajo y esa era la primera venda para comprender el mundo a mi alrededor. La misma burbuja en la que estoy ahora metido, en la que creo que soy demasiado mayor para hacer demasiadas cosas, una excusa estúpida pero con mucha aceptación popular para ocultar mi cobardía bajo una pléyade de motivos aparentemente racionales. Puras mentiras todas.
Pongamos un supuesto. Macabro, es cierto, pero verosímil. Mañana me diagnostican una enfermedad muy grave, incurable, y me calculan no más de seis meses de vida. Entonces se abre el vacío, y descubres sin darte cuenta, casi por arte de magia cuales son las cosas importantes de la vida, y fíjate tú, entre ninguna de esas cosas está el trabajo. Tan solo la negación de vivir, la obligación de tener que abandonar el mundo en un plazo determinado te quitan la venda y te corrigen la visión y te descubren una vida maravillosa a la que tratas de aferrarte con furia.
¿Necesitamos de verdad tener que morir para darnos cuenta? Yo siempre he vivido intentando calcular los riesgos, y con una prudencia extrema, casi con temor. De hecho no termino de creerme mi papel en el mundo. No me respeto. Cuando me veo en traje en el curro imagino que los clientes se burlan de mí y de mi atuendo grotesco, supongo que se ríen de mi presunta profesionalidad. Lo mismo me pasa en los bares, jamás he entrado a una chica por temor de que se riera de mí. Eso choca de todas formas con la confianza que tengo en mí mismo en otros órdenes de la vida. Me fui a Francia escoltado por Andrés, y fue él quien encontró el trabajo que buscábamos porque a mí me daba vergüenza entrar en los restaurantes a preguntar a cara descubierta y sin hablar francés. Me miro en el espejo y no veo a un hombre de casi veintiocho años, veo a un chaval, a un estudiante un poco despistado y vago, algo gordo quizás y con una barba más adolescente de lo que se le supone a un hombre de su edad. ¿Conoces a Beckham? Él tiene un par de años más que yo, Raúl incluso es más pequeño que yo y parece un señor, todo un veterano. Yo soy todo un pipiolo. Y sin embargo me tengo que ver obligado a considerarme demasiado mayor. ¿Lo dejaría todo para irme un año a Australia a aprender inglés mientras sobrevivo dando clases de español? ¿me gustaría hacerlo? Parece que esa edad haya pasado y eso es lo que me resisto a creer. Lo normal sería buscar piso con la novia con la que llevo cuatro o cinco años. Lo normal. Es muy grande el vacío que deja no encontrar tu lugar en el mundo. Aunque no pretendo darte la lata. Yo te comprendo perfectamente, entiendo, o creo entender cómo te sientes, y qué espacio necesitas para ti misma, para pensar en tus cosas y en tu vida. Cada uno necesita su espacio y encontrar su lugar. Esto era lo que quería decir con el mail del otro día. Las cosas pequeñas, las historias sencillas, son los hilos finísimos con los que tejemos nuestra efímera existencia. No debemos imaginar grandes gestas, porque cada mañana protagonizamos una.
Ahora te voy a dejar, sabes que pienso en ti todos los días y deseo mirarte a los ojos muy de cerca. Espero verte muy pronto. Un abrazo muy fuerte. Alberto".
Pongamos un supuesto. Macabro, es cierto, pero verosímil. Mañana me diagnostican una enfermedad muy grave, incurable, y me calculan no más de seis meses de vida. Entonces se abre el vacío, y descubres sin darte cuenta, casi por arte de magia cuales son las cosas importantes de la vida, y fíjate tú, entre ninguna de esas cosas está el trabajo. Tan solo la negación de vivir, la obligación de tener que abandonar el mundo en un plazo determinado te quitan la venda y te corrigen la visión y te descubren una vida maravillosa a la que tratas de aferrarte con furia.
¿Necesitamos de verdad tener que morir para darnos cuenta? Yo siempre he vivido intentando calcular los riesgos, y con una prudencia extrema, casi con temor. De hecho no termino de creerme mi papel en el mundo. No me respeto. Cuando me veo en traje en el curro imagino que los clientes se burlan de mí y de mi atuendo grotesco, supongo que se ríen de mi presunta profesionalidad. Lo mismo me pasa en los bares, jamás he entrado a una chica por temor de que se riera de mí. Eso choca de todas formas con la confianza que tengo en mí mismo en otros órdenes de la vida. Me fui a Francia escoltado por Andrés, y fue él quien encontró el trabajo que buscábamos porque a mí me daba vergüenza entrar en los restaurantes a preguntar a cara descubierta y sin hablar francés. Me miro en el espejo y no veo a un hombre de casi veintiocho años, veo a un chaval, a un estudiante un poco despistado y vago, algo gordo quizás y con una barba más adolescente de lo que se le supone a un hombre de su edad. ¿Conoces a Beckham? Él tiene un par de años más que yo, Raúl incluso es más pequeño que yo y parece un señor, todo un veterano. Yo soy todo un pipiolo. Y sin embargo me tengo que ver obligado a considerarme demasiado mayor. ¿Lo dejaría todo para irme un año a Australia a aprender inglés mientras sobrevivo dando clases de español? ¿me gustaría hacerlo? Parece que esa edad haya pasado y eso es lo que me resisto a creer. Lo normal sería buscar piso con la novia con la que llevo cuatro o cinco años. Lo normal. Es muy grande el vacío que deja no encontrar tu lugar en el mundo. Aunque no pretendo darte la lata. Yo te comprendo perfectamente, entiendo, o creo entender cómo te sientes, y qué espacio necesitas para ti misma, para pensar en tus cosas y en tu vida. Cada uno necesita su espacio y encontrar su lugar. Esto era lo que quería decir con el mail del otro día. Las cosas pequeñas, las historias sencillas, son los hilos finísimos con los que tejemos nuestra efímera existencia. No debemos imaginar grandes gestas, porque cada mañana protagonizamos una.
Ahora te voy a dejar, sabes que pienso en ti todos los días y deseo mirarte a los ojos muy de cerca. Espero verte muy pronto. Un abrazo muy fuerte. Alberto".
Etiquetas: Curiosidades, Paranoias, Vivencias
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