BARAJAS
Sentí curiosidad por el cuidado con el que tapaba el libro. Me acerqué con todo el disimulo que permiten una mochila, un porta trajes y un portátil en su funda. Me coloqué enfrente, en la cafetería Medas de la T2 de Barajas. Ella tenía el pelo rizado, castaño, los ojos pequeños, pantalones azules de campana, calcetines de rayas, unos zapatos kickers rojos, y un bolso de pana como único equipaje, sentada, junto a los restos de lo que había sido un bocadillo, leía. Los ojos, además de pequeños brillaban de una forma singular, aquel libro estaba logrando desatar una tormenta en su interior, al borde del llanto, cada vez más brillantes, cada vez más apasionados, sus ojos, se despegaron de la lectura y se clavaron en los míos. Sorprendida, se secó una lágrima con su mano izquierda y recogió el bolso de pana con la derecha. Huyó atropelladamente como si el hecho de que yo la hubiera sorprendido emocionándose ante una lectura que desconocía constituyera un atentado de primer orden a las reglas más elementales del pudor. Pedí un bocadillo de jamón ibérico y un botellín de agua, ya me había resignado a una espera de varias horas, había realizado un par de llamadas para entretenerme y para contar las peripecias por las que tendría que pasar en las horas siguientes. El vuelo a San Sebastián estaba programado a las ocho de la tarde, saldría con retraso y ya no iría a San Sebastián sino a Bilbao, por cierre del primer aeropuerto, de ahí un autobús terminaría el recorrido por carretera. Demasiado tiempo en un aeropuerto como para no hacer nada de nada, mirando a la gente, caminando despacio, entre las distintas puertas hacia cualquier destino del área Schengen. Demasiada gente, demasiada luz, demasiada resaca como para soportar aquello, y encima la desconocida aquella se había ofendido por mi arrebato de ternura y curiosidad. Seguí caminando sin rumbo, habían estimado en dos horas más el tiempo que tardaríamos en embarcar, por lo que cargué todos mis bártulos y deambulé sin otro motivo que matar el tiempo. Entonces me metí en la Relay del aeropuerto y allí encontré un libro muy parecido al que estaba leyendo la desconocida, pude reconocer en parte la portada, no podía estar seguro de que se tratara del mismo libro, pero se le parecía mucho desde luego. Me atrajo el título y más aún la contraportada. Lo compré y me dirigí a la puerta en la que supuestamente deberíamos embarcar dos horas más tarde rumbo a Bilbao. Al poco tiempo de empezar a leer comprobé que era yo el que estaba al borde del llanto, por lo que miré alrededor intentando evitar que nadie se percatara de mi emoción, mientras, con la mano izquierda me sequé algo parecido a una lágrima.
A Marta Pérez Martín.
2 Comments:
oh...
que bonito.
viviendo la vida intensamente... en un detalle.
si, estoy en madrid.
si quieres escribeme a miriamcheca@gmail.com
a ver como podemos hacer.
no se lie, calma calmosa!!
;-)
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