07 enero 2008

EL TRABAJADOR
Vagón de metro a las 6.45 de la mañana, cualquier día, laboral o festivo. Todos los días.Mayoría de hombres, inmigrantes, somnolientos, agotados.Van a trabajar con su bolsa de faena: un bocata, una camiseta de repuesto, un peine.Quizá se acostaron tarde, compartiendo una cena improvisada en una cocina atestada de compatriotas, quizá algún familiar.La ropa conserva manchas de yeso indelebles: prendas regaladas por los señores de la casa de alguna amiga que trabaja limpiando escaleras.Todos los días, un par de horas tren y metro entre extrarradios. Un cansancio extremo; pocas esperanzas para el futuro y pocos buenos recuerdos del pasado. Dicen que se detiene la construcción en España.En el metro, a las 6.45, no hay comidas de empresa, ni blackberrys, ni BMW, ni perder las horas jugando a la Bolsa desde la oficina... En el metro, a las 6.45, sólo hay auténtico trabajo: trabajo del de antes. Del que hablaban nuestros abuelos. El único trabajo.

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