Un domingo
Se haría de noche una vez más con una inmensa sensación de vacío, pero ya había aprendido a controlar sus miedos y amortiguaba la desilusión embriagando el atardecer con cervezas y risas. La noche llegaría solitaria y en silencio, por eso era mejor preparase para ese momento. Eran ya varios los años y varios los viajes, y a pesar del paso del tiempo la sensación era siempre tan fría como la primera vez, como una cuchillada por la espalda. Se llaman celos, se llama decepción, se llama desilusión… qué más da, la noche llegaría en unas horas y ella ya se había marchado. Todos se habían marchado ya, quedaba por delante toda la noche del domingo, llena de fantasmas. Y su sonrisa, dibujada en mi recuerdo, la líder de todos ellos, acosándome hasta la más profunda madrugada.
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