29 abril 2008

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Me ha entrado un hambre tremenda, un hambre de escribirlo todo, desde las tripas, un hambre que no me puedo contener… que me quita el sueño, que me deja con las ojeras negras y las pupilas dilatadas frente a un monitor que permanece en blanco. Se hace muy tarde para un empleado de banca que no sabe qué escribir pero que sabe que quiere escribir. Hambre. Sé que escribir es la única salida, es lo único en lo que creo que puedo ser capaz de hacer algo decente y sin embargo soy absolutamente mediocre. Como en lo demás, pero en esto se nota más. Un empleado de banca mediocre disimula los lamparones de la camisa cerrando el traje, abotona su incapacidad tras una normativa redactada en imperativo. Un escritor mediocre vale nada. Sin historias, sin imaginación y con la madrugada como única compañera de viaje. Me lanzo contra la noche para sacar de ella todo el jugo, pero son más veces de las que quiero las que me veo escuchando Nowhere Near o Pablo and Andrea de Yo la Tengo sin más trofeo que la melancolía. Aún así mañana seré un empleado modelo. Trabajaré de 8 a 15 y volveré por la tarde, seré comprometido con el proyecto y con la compañía. Explicaré a la compañera recién incorporada los conceptos básicos del riesgo, del descuento de papel, los cobros y pagos por caja, los entresijos del pago de cheques, la compensación electrónica, el laberíntico mundo del archivo y sus particularidades, el alta de clientes, las aperturas de cuentas, las diferentes cuentas y sus características, los créditos y préstamos, los medios de pago, las transferencias, los fondos de inversión… y mientras perseguiré con la mirada el contorno de su pecho y me reprocharé mi sumisión a los impulsos más básicos cuando me roce con cualquier parte de su cuerpo. Entonces pensaré en alguna canción, huiré de mí mismo para imaginar un lugar escondido en medio de la nada donde yo esté bajo la lluvia mirando al cielo con los brazos abiertos a veinticinco grados, por no pensar en ella bajándome al almacén a escondidas. No, contra eso ya estoy vacunado, he sabido perfectamente construir una malla de tela de araña que me protege, un armazón metálico, un complejo sistema de andamiajes recubre mi fachada. Tanto que nadie sabe que debajo late un impulso incontenible que se desborda hacia dentro de lo aprisionado que está. De puro elegante, de puro saber estar y quedar bien, de puro no querer ofender a nadie con un comentario grosero, soez o chabacano he logrado que nadie perciba mis estímulos. Debajo lato yo con fuerza, pero exploto dentro de lo protegido que estoy por fuera, y no logro salir de mí mismo.
Lo bueno de trasnochar es liberar la mente y dejar que la música fluya, aunque la puta hoja siga vacía y nada se deje tratar, una masa de arcilla húmeda y amorfa que no para de dar vueltas entre mis dedos y que por más que trabajo se resiste a tomar forma alguna, ajena a mis movimientos. A eso se le llama oficio, carezco de él. Aunque ahora, casi con 31 creo que debí estudiar periodismo, era mejor que Administración de empresas, pero fue la segunda casilla y me dieron la primera carrera, la tercera era filosofía. Hoy sería otro, pero supongo que no me follaría a nadie en almacenes oscuros. Aunque en ocasiones lo deseara con tantas fuerzas que tuviera que salir a la calle a tomar sol, aire, y una buena dosis de realidad.

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1 Comments:

At 29 de mayo de 2008, 15:57, Anonymous Anónimo said...

De ser periodista tal vez trabajaríamos juntos, mira qué bien ejerzo yo la profesión, en un departamento de publicidad. Tu texto no es mediocre. Es publicable, te lo aseguro.

 

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