02 abril 2008

DONOSTIA
Hay días en los que, como hoy, la soledad se puede casi tocar. Podríamos venir de charla después de la cena en alegre compañía, paseando desenfadados por la playa de la Concha, casi como dos enamorados. He cenado con ella, como todas las noches, o casi todas, yo nunca sé disimular mi vergüenza cuando me preguntan si cenaré solo, claro, respondo. Se apresuran a retirar la mitad de una mesa preparada para dos cuando en realidad uno desearía que la dejaran tal y como está y no dar más trabajo del necesario, si sólo es una formalidad, es que tenemos que comer todos los días, no lo hago por placer.

Luego ella me acompaña en el paseo. La brisa suave, la luz tenue de un atardecer ya muy avanzado, las olas desmayándose tranquilas en una orilla muy lejana con esta marea tan baja, la luz del faro centelleando en la isla. Todo en perfecto estado de revista. Las parejas caminando de la mano, a cualquier edad, aunque en Donosti todo parece que esté maduro, incluso las parejas que caminan de la mano, aunque tengan menos de veinte años.

- Hacía mucho que no te sentía tan cercana, amiga mía.
- Es la primavera, hoy hace buen día, la gente sale a la calle, y yo te he venido a ver
- No te echaba de menos
- Bueno, pero siempre he estado ahí, ¿no?
- Sí claro, eres mi mejor amante.
- Y la más fiel.

En Donosti todo el mundo pasea, es una regla no escrita de esta ciudad. A las ocho de la tarde un día de buen tiempo basta sentarse en el paseo para observar toda la ciudad desfilar ante tus ojos. Es un espectáculo realmente asombroso. Aquí todo fluye tranquilo, por eso es tan otoñal, y la vida se desliza suavemente como un susurro, sin gritos, sin ruidos, como una hoja al viento. A veces da la sensación que hasta en el Bershka las adolescentes tienen veinte años más.

- Pasa una feliz noche.
- Y tú no me olvides.
- No te preocupes, escribiré un post para tenerte cerca. Por si me olvido de tu aliento.

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