Hab. 400
Algunas noches tengo momentos de lucidez, pequeñas treguas que se me concede en medio del estupor y el vértigo. El sueño parece que llega pero no me toca, lo intuyo, lo escucho acercarse lentamente desde el fondo de la habitación pero no termina de poseerme. Entonces se abren las puertas de un mundo sin formas definidas, donde todo cabe, donde nada existe, donde todo es real e irreal al mismo tiempo. Yo mismo me pregunto si existo o tan sólo soy un convidado a un banquete entre desconocidos en el que ceno animales vivos y canto canciones en idiomas que no hablo. ¿Lúcido? Me pregunto y entonces vuelvo a tener consciencia de mí mismo, de mi subjetividad, de la hora en la que me encuentro, de la ausencia de sueño, de las ganas de dormir, del abatimiento del día anterior. Estiro los brazos y las piernas y siento las sábanas frías alrededor. Queda aún espacio y tiempo para dirigirme hacia el faro de Alejandría. Creo que no sirvo para esta vida que llevo, o cambio de vida o cambio de cuerpo. Me derrito poco a poco con la madrugada, en la madrugada y a la madrugada pertenezco, me entrego a ella sin oponer resistencia alguna. He soñado que venías y dabas sentido a mi vida, pero sé que aunque vinieras, aunque estuvieras, aunque me conquistaras enteramente nunca terminaría de encontrarle el sentido. Y si me pellizco recuerdo que sigo vivo y eso es lo que importa a la hora de seguir encontrando un motivo para amanecer. Y al amanecer repetirme la letra de esa canción de Le Mans que dice “buenos días corazón, ¿cómo de triste estás hoy?”
Audio :: Peter, bjorn and john - Start to melt
Etiquetas: Paranoias
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