20 abril 2007

Salgo del cyber tras escribir mi post de ayer y camino un poco desorientado porque todavía no conozco ni siquiera mi barrio y de pronto me topo con un luminoso hecho a mi medida, es decir, a la medida de alguien que se encuentra solo en una ciudad desconocida, “Taberna El encuentro”. Aquí tiene que caer una cañeja y ya veremos, me digo… quizás sea demasiado pretencioso poner ese nombre a un bar pero quién sabe, igual aparece el amor de mi vida; pero no, la escena de la Taberna El encuentro está dominada por la estirada figura del Señor No o lo que es lo mismo Don Mariano Rajoy respondiendo a los ciudadanos desde un televisor colosal. Menudo encuentro me digo, pero la caña me la pido de todas formas porque incluso el mismísimo Señor No puede provoca una conversación tierna, o incluso íntima. Pero los parroquianos de este humilde antro de barrio están cargados de testosterona, demasiada para mi gusto, y para más INRI jalean al orador como si de Curro Romero se tratara luciéndose con los naturales en La Maestranza. Mierda, pienso para mí mismo, porque encima la cerveza es Estrella… sólo los madrileños entienden el sentimiento de orfandad lejos de Mahou, esa espuma sobre la caña convertida en deliciosa crema… En fin, que así no puede ser así que apuro la birra porque Rajoy es aguantable un rato (corto) y no más. Vuelvo al hotel dando un rodeo, me deleito contemplando varios tobillos y dos o tres pares de ojos con los que me cruzo. Aquí los ojos, dicho sea de paso, te miran fijamente al cruzarse y a veces te sonríen, cosa que al madrileño medio confunde. Doblo la esquina y me invade un fuerte olor a jazmín, entonces me subo corriendo al hotel a escribir porque el jazmín te rodea primero y te ataca después con energía, entrando desde la base de la nariz hasta golpear de frente el hipotálamo. Es un olor espeso, muy denso, cargado de recuerdos y de sensualidad, es pegajoso y despierta de forma instantánea el deseo. Así que mejor correr, volver a mi cama y escribir estas sandeces.

Mañana más.

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