12 julio 2007

La misère d'en face
No tardaste en ir al grano, querías que te hablara de política, querías que me definiera. La política era la vida, la forma de participar de este mundo y la militancia era una necesidad imperiosa, un camino para una existencia plena. Bueno ¿y tú qué opinas de lo de Iraq? Pues qué voy a pensar, que es un putada ser iraquí pero no es un fenómeno nuevo, ser iraquí es una putada desde que se descubrió el petróleo, y antes pues el tema era ser siervo o señor un poco como ahora, seas iraquí o no lo seas. Este argumento para ti era frívolo, era insensible, era irme por las ramas, era evadir el problema de fondo... joder tía soy un puto cínico, no me creo nada de lo que leo, si ni siquiera me creo mi vida. Decías que había que unirse y militar, formar un bloque y atacar el capitalismo, construir las bases para una futura sociedad socialista, igualitaria, justa... te juro que no me reía de ti, pero yo soy de los que no creen en un "nosotros", lamenté decírtelo de aquella manera porque ya no volviste a follar igual. A partir de ese momento me follabas con el colmillo retorcido, no te estabas tirando al "Ché", joder, y lo sabías sino a un economista de medio pelo bobalicón que se había enamorado de tus ideales, pero que nunca participaría de ellos, no por desgana o por falta de voluntad, sino por la evidencia de los hechos, porque el mundo es del consumo, porque el mundo se escribe y se habla en primera persona singular. De verdad, la clase dominante existe, eso ya lo sé, y la clase trabajadora que somos todos los demás, los que han visto la luz y los que no, pero no me hables de Platón y los filósofos... los que no han visto aún la luz ni la ven ni lo desean, los que la han visto no tienen claro el camino, y los que la vieron antes mataron a unos cuantos cientos de miles en nombre de la libertad antes de que la historia les borrara del mapa. Los proletarios de Marx no tenían nada que perder y un mundo que ganar como decía el manifiesto, pero hoy... la gente con 25 años tiene miedo hasta de sindicarse, miedo en el mejor de los casos porque lo más habitual es que lo consideren una pérdida de tiempo, de dinero, un engaño o una estafa.
No sé porqué me acuerdo de ti en la Plaza de San Francisco de Zaragoza sentado en esta mesa.
Lo bueno de conocerte, entre otras cosas, fue dar con la vida de Gramsci y con los poemas de Miguel Hernández y con mis manos enredadas en tu pelo rizado espesísimo, tus acometidas lejanas y ausentes, absortas en un placer ajeno e inalcanzable. Tus quejidos cuando te mordía o cuando fruncía el ceño ante una propuesta o una definición.
Me tomaría un patxarán a tu salud ahora que hace tanto que no te veo. Un patxarán por el socialismo desde la base, por la cuarta internacional, y la lucha contra el capitalismo al que sirvo, al que sirves tú también; a la salud del hedonismo y del placer, de las caricias y los masajes, los torrentes de saliva y las tórridas noches de verano empapadas de sudor y luego de ansia y al final de amargura.
Sólo espero que el patxarán no sea Zoco.

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