26 octubre 2010

22.30 Tribunal

No te sé definir Malasaña, porque a estas alturas es casi más un lugar mágico que real, no es que no exista, no es eso, pero es que reúne una cantidad tan enorme de recuerdos que se ha convertido en un lugar mitológico.
Probablemente en Malasaña haga frío y haya llovido hace no demasiado, la calle Velarde estará mojada y correrá el agua calle abajo hacia la plaza del Dos de Mayo. Y nos refugiaremos en el Hotel California o en el Jazz Madrid, porque todo lugar mitológico precisa de llevar años cerrado para poder ser idolatrado. En cualquiera de esos bares el ambiente es pesado, por la condensación, por el humo del tabaco y de los porros, por las cervezas y los whiskys, y suena algo parecido a Teen Age Riot de Sonic Youth, aunque eso le pega más al Garaje. Se habla con vehemencia y se arregla el mundo mientras se consume la noche, la Noche con mayúsculas, hasta el amanecer, porque del bar se va al metro y todavía no es de día, pero hace un frío que pela entre los adoquines y las paredes con olor a pis. No es el mejor de los recuerdos, pero es el mío. Se bebe en la plaza, se charla sobre casi cualquier tema, se conocen chicas en raras ocasiones y prefieren irse siempre con otros, no siempre, una vez una de ellas me elige a mí, yo no sé cómo pero me veo en su portal, torpe e incómodo. Las noches se suceden y con ellas los inviernos aunque todos parezcan el mismo invierno, aunque todos parezcan el mismo bar y todas parezcan la misma canción; las mismas copas servidas con la mala baba y la sorna del camarero del Más Allá, ajeno a la evolución. Y un año se pone de moda la sala Maravillas, que son los mismos que organizan el Festival de Benicassim y una vez más te ves fuera de lugar, sin sus códigos, sin sus ropas, sin sus gafas, sin su actitud, pero adoras esa música, tiene algo mágico todo aquello que te cautiva pero lo vives desde fuera, como si fueras espectador de la historia sin participar de ella, estás en el centro de lo que se cuece, en el corazón mismo y sólo eres capaz de mirar de reojo a la misma chica de siempre abrazada a su novio. Y sí, se pasa el tiempo y los años y los inviernos se suceden, y cierran el JazzMa o el Hotel California, incluso el Maravillas cierra que parecía condenado a la eternidad y al glamour infinito… y por algún motivo que no acierto a comprender cada viernes o sábado si no paso por Malasaña siento que no es viernes ni sábado, porque siempre hay un bar en el que tomarse un tercio, una canción que descubrir, y unos ojos que mirar.    

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16 octubre 2010

¿Mi lado femenino?

Morderte en las mañanas de octubre. Es sólo un recuerdo… abrazos que se cierran como tenazas sobre la memoria. Y no es ya tan recurrente, sólo algo vago y brumoso. Muy otoñal por otra parte. A veces viene con fuerza, pero esa fuerza que sabes que no tiene de verdad mucho aguante, algo que al poco se queda en nada, en una simple anécdota. Y sin embargo durante el cada vez más escaso tiempo que se hace presente te envuelve con la capacidad embriagadora del licor, te llena de deseo, de recuerdos, de esperanzas rotas y de vacío y soledad. Un momento ya digo, luego nada. No hay como una vida que te gusta para que todas estas cosas sean menos graves que otras veces… casi un pretexto para poder sentir.
El deseo es peregrino, muy caprichoso, y sobre todo inmensamente libre. Nada lo controla. Lo puedes enterrar bajo cientos de espesas capas de racionalidad, pero él está ahí, controlando su parcela, y obligándote a consumir mucha energía si no quieres dejarte llevar a su terreno. A veces no queda más remedio. Es deseable, de hecho, hacerle caso más de lo que nos pensamos. El deseo es puro, al fin y al cabo.
Y me acuerdo mucho de David Alan Harvey.

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08 octubre 2010

Mola
Estoy muy optimista en estas últimas semanas... y ello redunda en una ausencia de ganas de escribir que es consustancial con mi estado de ánimo.

Y es de celebrar... ¿no?

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